Si tengo que decir algo de ella diría: simplemente lo llena todo. De significado.
Es algo tan sencillo. Como si se transformara un poquito el lugar en el que está, y de pronto tiene una nueva luz, una especie de sabor distinto, un matiz que cambia en algún ángulo; y lo hace más bello, y merece más la pena respirarlo, beberlo. Es tan tan sutil, que apenas se nota. Pero sucede, porque cuando no está hay un punto de tristeza que no te abandona nunca por mucho que viajes, por mucho que hables y beses y olvides.
Es tan fácil, demasiado, echarla de menos. Porque después de mucho tiempo aún sigues pensando en cómo llevaba el pelo, o en sus ojos azules y sus manchitas de sol en ellos, o en como se reía mientras apartaba la vista. No era una risa estúpida, era una risa sencilla, directa, que simplemente sucedía como algo estupendo en un momento estupendo. Y por esa cadena de pequeños recuerdos se vuelve casi necesario echarla de menos. Estás en casa y de pronto, zas, ahí está su imagen quedándose en silencio seria.
Si me preguntáis, tendría que reconocer que la quiero. Y eso que se lo he dicho muchas veces, pero lo que nunca se imagina es que no tiene mucho valor lo que yo le digo; al fin y al cabo es una sombra bastante patética de lo que realmente es. Uno no se dedica a pensar que el aire que respira es imprescindible hasta que lo pierde, y eso que no lo ves, que lo estás introduciendo en cada célula de tu cuerpo una y otra vez, que no te dedicas a asimilar todas y cada una de los pequeños soplos que hacen que sigamos latiendo. Y sin embargo ahí está, presente, siempre, y la falta, su falta, simplemente, no es.
A ella yo sí que la he perdido, no una, varias veces. Creo que como seres humanos tenemos la obligación de cometer auténticas felonías; como por ejemplo, perder lo que uno realmente necesita para ser feliz. Esos somos nosotros, estos monos que apenas llevan de pie unos cuantos años, estos engendros que para darnos cuenta de lo mucho que algo significa, lo perdemos. Yo no lo llamaría evolución.
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Es algo tan sencillo. Como si se transformara un poquito el lugar en el que está, y de pronto tiene una nueva luz, una especie de sabor distinto, un matiz que cambia en algún ángulo; y lo hace más bello, y merece más la pena respirarlo, beberlo. Es tan tan sutil, que apenas se nota. Pero sucede, porque cuando no está hay un punto de tristeza que no te abandona nunca por mucho que viajes, por mucho que hables y beses y olvides.
Es tan fácil, demasiado, echarla de menos. Porque después de mucho tiempo aún sigues pensando en cómo llevaba el pelo, o en sus ojos azules y sus manchitas de sol en ellos, o en como se reía mientras apartaba la vista. No era una risa estúpida, era una risa sencilla, directa, que simplemente sucedía como algo estupendo en un momento estupendo. Y por esa cadena de pequeños recuerdos se vuelve casi necesario echarla de menos. Estás en casa y de pronto, zas, ahí está su imagen quedándose en silencio seria.
Si me preguntáis, tendría que reconocer que la quiero. Y eso que se lo he dicho muchas veces, pero lo que nunca se imagina es que no tiene mucho valor lo que yo le digo; al fin y al cabo es una sombra bastante patética de lo que realmente es. Uno no se dedica a pensar que el aire que respira es imprescindible hasta que lo pierde, y eso que no lo ves, que lo estás introduciendo en cada célula de tu cuerpo una y otra vez, que no te dedicas a asimilar todas y cada una de los pequeños soplos que hacen que sigamos latiendo. Y sin embargo ahí está, presente, siempre, y la falta, su falta, simplemente, no es.
A ella yo sí que la he perdido, no una, varias veces. Creo que como seres humanos tenemos la obligación de cometer auténticas felonías; como por ejemplo, perder lo que uno realmente necesita para ser feliz. Esos somos nosotros, estos monos que apenas llevan de pie unos cuantos años, estos engendros que para darnos cuenta de lo mucho que algo significa, lo perdemos. Yo no lo llamaría evolución.
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